jueves, 5 de enero de 2012

MANEJO ECOLOGICO DEL SUELO

El manejo ecológico de los suelos
Liliana Lara Capistrán, Doris G. Castillo Rocha,
Ramón Zulueta Rodríguez y Dora Trejo Aguilar
Durante el transcurso de la historia, las distintas civilizaciones surgidas en todo el planeta comprendieron cuán importante era la protección del suelo; las plantas cultivadas dependían del agua, pero también de los elementos nutritivos que aportaba el suelo para obtener cosechas abundantes y asegurar así la manutención de las personas.
Aunque dicha percepción ha trascendido hasta nuestros días, resulta apremiante recordar que los sistemas productivos sostenibles requieren de algunas propiedades físicas, químicas y biológicas de los terrenos donde se establecen los cultivos para asegurar su multifuncionalidad, pues la productividad y el rendimiento deseables derivan de los niveles de fertilidad de la capa superficial de la corteza terrestre para la satisfacción de las diversas necesidades humanas (alimentarias, medicinales, rituales, ornamentales, maderables, etc.).
De este modo, para garantizar la acumulación de biomasa con valor agrícola o forestal en un área determinada es imprescindible considerar ciertos principios inherentes al manejo ecológico de un suelo en que la incorporación de materia orgánica, la disposición de coberturas o el diseño de rotaciones y asociación de cultivos con leguminosas son esenciales para minimizar el efecto de los factores que limitan el rendimiento esperado en un agroecosistema, tal como sucede con la degradación o erosión del suelo originada por la deforestación, la labranza excesiva o el pastoreo desordenado.
Las prácticas que se mencionan no solamente favorecen las condiciones de aireación, retención de humedad o contenido de nutrimentos en el suelo, sino que también mejoran la diversidad y el desempeño de los microorganismos que contribuyen en los procesos de mantenimiento y recuperación de su fertilidad. Además, son tan sencillas de poner en práctica que pueden adaptarse a sitios con poca capacidad para retener nutrimentos, con pendientes pronunciadas o que sufran sequías prolongadas, todo lo cual reduce la rentabilidad de un sistema agroproductivo y amenaza el equilibrio ecológico de una región.
Si bien son varias las técnicas que se pueden utilizar para no desaprovechar la parte biológica de un suelo, de la cual depende la descomposición y transformación de los residuos animales y vegetales en nutrimentos que las plantas puedan asimilar, los numerosos agentes dañinos de tipo físico (como agua, viento o temperatura) y antrópico (como la aplicación excesiva de insumos) hacen necesarias la protección y conservación de los ecosistemas mediante la combinación de ciertas estrategias de manejo orientadas al aprovechamiento racional de áreas con aptitud agrícola, ganadera o forestal.
En consecuencia, la combinación de faenas tales como la incorporación de materia orgánica, la biofertilización, la asociación y la rotación de cultivos a menudo desempeñan un papel preponderante en el aumento de la producción en los agroecosistemas.
La materia orgánica es esencial para la fertilidad de los suelos debido a que, además de mejorar su estatus microbiano, les permite almacenar nutrimentos, evita su lixiviación (esto es, el lavado de una sustancia pulverizada para extraer las partes solubles) y asegura una absorción paulatina en el tiempo y en el espacio.
La biofertilización se convirtió en un aspecto central de la investigación agrícola a partir de los años 90, debido a la ineludible necesidad de restringir el empleo desmedido e irracional de los agroquímicos, aminorar la degradación en los agrohábitats y fomentar el uso de tecnologías limpias orientadas a preservar la biodiversidad y obtener rendimientos sostenibles sin menoscabo del ambiente.
Desde entonces, el uso de microorganismos benéficos en las labores de cultivo se ha convertido en una prioridad nacional e internacional destinada a incidir de un modo importante en la calidad de vida de los consumidores y de los propios agricultores.
Al respecto, se necesita hallar hongos y bacterias que coexisten en el suelo, los cuales a menudo establecen relaciones simbióticas o se asocian libremente con las raíces de las plantas para mejorar la absorción de agua y nutrimentos (sobre todo nitrógeno y fósforo), así como otros compuestos y humus de lombriz, los que pueden regenerar la fertilidad de los suelos y contribuir a que se sustituya gradualmente la fertilización química en áreas dedicadas a la agricultura intensiva.
Ahora bien, para no perturbar o incluso perder la parte más activa de un suelo, es decir, su fracción biológica, hay diversos métodos ecológicos, entre las que destacan la labranza mínima, el acolchado del suelo (mulching), la asociación, la rotación y la siembra de cultivos de cobertura y el diseño de terrazas. Aunque los patrones de producción elegidos responderán evidentemente a las variaciones del microclima y otros factores adversos reinantes en cada agrohábitat (salinidad, sequía, baja fertilidad, presencia de plagas y enfermedades), a continuación se les describe someramente para que el lector tenga una idea de su efecto positivo en las relaciones entre plantas, energía y eficiencia productiva.
Labranza mínima
Esta labor implica remover y aflojar el suelo sólo en el sitio donde se va a realizar la siembra, lo que coadyuva a que éste preserve su estructura y fertilidad, se compacte adecuadamente el terreno y se ahorre mano de obra, agua e insumos. Esto es equivalente a la llamada “labranza cero”, ya que la siembra del nuevo cultivo se efectúa una vez cosechado el cultivo anterior.
Acolchado del suelo (mulching)
El acolchado del suelo consiste básicamente en cubrirlo con materiales orgánicos (estiércol, rastrojo de cosechas, hojarasca) o inorgánicos (plásticos especiales, grava, marmolinas) para prevenir que el terreno quede expuesto al contacto directo con los elementos del tiempo y del clima, como el viento, la temperatura y la lluvia. Así, un suelo “abrigado” mantiene su estructura al permanecer protegido contra la erosión, evaporación, heladas y malas hierbas, las que son casi siempre perjudiciales para la agricultura.
Asociación de cultivos
La asociación de cultivos implica la intensificación de la productividad del suelo por unidad de superficie mediante la siembra simultánea de dos o más especies vegetales y la explotación más eficiente de los recursos disponibles. Por consiguiente, prevalece el control natural de las poblaciones de plagas e insectos y se minimiza la competencia con las malas hierbas por la luz, el agua y los nutrimentos, pero sin disminuir la interacción con otros componentes, lo cual es el foco central de la actividad agrícola.
Rotación de cultivos
El diseño y creación de estos sistemas diversificados de producción reducen los niveles de erosión, mejoran el contenido de materia orgánica, renuevan la fertilidad y promueven el aprovechamiento cíclico de los nutrimentos del suelo, de suerte que al rotar los cultivos se incrementa el rendimiento de las cosechas y se garantiza la obtención permanente de satisfactores y el establecimiento de más cultivos en una región.
Cultivos de cobertura
Las cubiertas verdes son una práctica cotidiana en aquellas parcelas en las que la prioridad es el autoconsumo; por tal motivo, se siembran ciertas especies vegetales que cubren el suelo durante los periodos de barbecho, sin importar si más adelante se incorporan o no como abono verde para aumentar la cantidad de materia orgánica y la disponibilidad de nutrimentos en el sistema de producción. Sin embargo, el contexto de cultivos de cobertura incluye cualquier vegetal sembrado con la intención de proveer cobijo al suelo y mejorar las condiciones agroproductivas de la parcela. En dicho contexto, la rotación con leguminosas como el bejuco, culebra o calapo; el frijolón y el haba blanca; el bejuco de patito, el lablab, el picapica, el kudzú y la veza velluda, así como el frijol de cuerno, de sangre o rojo, ha demostrado su utilidad para reducir la erosión, fijar el nitrógeno y controlar la mala hierba.
Diseño de terrazas
La formación de una terraza remite a una obra de ingeniería inventada por el hombre para habilitar montes y cerros con fines agrícolas o forestales. Así, en cada espacio de terreno llano, dispuesto a manera de escalón en una ladera, se conservan mejor los suelos, y sus posibilidades para el aprovechamiento horizontal y vertical del espacio son mejores.
Ante lo expuesto, y tras considerar que todavía las prácticas y diseños utilizados para modificar la biodiversidad funcional de un suelo son limitados, la simple y llana idea de promover el manejo ecológico de los componentes clave en un sistema de producción con el objeto de mejorar su eficiencia y funcionalidad, es de suyo halagadora; sobre todo considerando las condiciones de marginalidad que por desgracia tienden a reducir el beneficio que con tanto empeño se busca en el sector agroalimentario y forestal de nuestro país.
Para el lector interesado
Bohn, H.L., McNeal, B.L. y O’Connor, G.A. (1993). Química del suelo. México: Limusa.
Capistrán, F., Aranda, E. y Romero, J.C. (2001). Manual de reciclaje, compostaje y lombricompostaje. México: Instituto de Ecología, A.C.
Suquilanda V., M.B. (2006). Agricultura orgánica: alternativa tecnológica del futuro (3ª ed.) Quito (Ecuador): UPS Ediciones.
Trejo A., D., Lara C., L., Zulueta R., R., López M., H. y Moreira A., C.E. (2005). Agricultura microbiológica y productividad sostenible. La Ciencia y el Hombre, 18(3), 33-36.
Zulueta R., R., Vázquez T., V. y Hernández Q., A. (1995) (Eds.). Memorias del Primer Curso-Taller sobre Agricultura Orgánica. Xalapa: Facultad de Ciencias Agrícolas de la Universidad Veracruzana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario